Hoy he estado meditando en una de esas paradojas que pasan desapercibidas aún a pesar de lo evidente...
Nos esforzamos en llegar alto, en mejorar en cada uno de los aspectos de nuestra vida, en crecer en todas las áreas. Y eso está muy bien. Dios quiere que seamos excelentes en todo aspecto. Que mejoremos cada momento. Y eso también lo queremos nosotros. Queremos ser mejores amigos, trabajadores, jefes, padres, cónyuges, miembros de iglesia, ..... Y resulta que cuanto más alto y mejores somos en algo, más en peligro de alejarnos de lo realmente importante nos colocamos. Más nos acercamos a nosotros mismos mientras nos distanciamos de la Fuente que nos llevó hasta esa cumbre. ¿No deberíamos estar más cerca del cielo cuando subimos a la cumbre?
¡Qué fenómeno extraño se produce! Parece que a medida que vamos subiendo nuestra cabeza se va inclinando hacia nuestro pecho y cuando llegamos a la cumbre, en vez de tener los ojos alzados y mirando al cielo en agradecimiento, estamos mirando nuestro ombligo.
Quiero mantener los ojos siempre mirando hacia arriba. Y cuanto más alto suba en mi crecimiento personal, cuanto más conozca a mi Jesús, más levantada esté mi cabeza, pero no altiva y orgullosamente sino totalmente convencido que el mérito se lo merece alguien que subió a una cumbre muy particular en mi lugar. Y allí en la cumbre, y a cada paso que lleve hasta ella, quiero humillar mi corazón y presentarlo como ofrenda agradable a mi Jesús..
"Al llegar a la cumbre del monte, el rey se postró en oración, confiando a Dios la carga de su alma e implorando humildemente la misericordia divina. Pareció que su oración era contestada en seguida....Y el Señor no abandonó a David..... Jamás fue el gobernante de Israel más verdaderamente grande a los ojos del cielo que en esta hora de más profunda humillación exterior." PP [798]
Nos esforzamos en llegar alto, en mejorar en cada uno de los aspectos de nuestra vida, en crecer en todas las áreas. Y eso está muy bien. Dios quiere que seamos excelentes en todo aspecto. Que mejoremos cada momento. Y eso también lo queremos nosotros. Queremos ser mejores amigos, trabajadores, jefes, padres, cónyuges, miembros de iglesia, ..... Y resulta que cuanto más alto y mejores somos en algo, más en peligro de alejarnos de lo realmente importante nos colocamos. Más nos acercamos a nosotros mismos mientras nos distanciamos de la Fuente que nos llevó hasta esa cumbre. ¿No deberíamos estar más cerca del cielo cuando subimos a la cumbre?
¡Qué fenómeno extraño se produce! Parece que a medida que vamos subiendo nuestra cabeza se va inclinando hacia nuestro pecho y cuando llegamos a la cumbre, en vez de tener los ojos alzados y mirando al cielo en agradecimiento, estamos mirando nuestro ombligo.
Quiero mantener los ojos siempre mirando hacia arriba. Y cuanto más alto suba en mi crecimiento personal, cuanto más conozca a mi Jesús, más levantada esté mi cabeza, pero no altiva y orgullosamente sino totalmente convencido que el mérito se lo merece alguien que subió a una cumbre muy particular en mi lugar. Y allí en la cumbre, y a cada paso que lleve hasta ella, quiero humillar mi corazón y presentarlo como ofrenda agradable a mi Jesús..
"Al llegar a la cumbre del monte, el rey se postró en oración, confiando a Dios la carga de su alma e implorando humildemente la misericordia divina. Pareció que su oración era contestada en seguida....Y el Señor no abandonó a David..... Jamás fue el gobernante de Israel más verdaderamente grande a los ojos del cielo que en esta hora de más profunda humillación exterior." PP [798]
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